Tsunami


Olas.
Dicen que cuando tirás una piedra al agua, las ondas que produce se detendrán solamente cuando rompan en el borde. Con ese criterio, si tiro una piedra lo suficientemente grande al medio del océano, las ondas cubrirán toda su inmensidad y llegarán a todos los extremos, a todas las costas, de todos los puntos cardinales..
Puede que sea de lo más romántico observar las olas golpear contra las rocas, siquiera lamer la orilla de una playa. Pero hay un costado de la naturaleza que no es tan agradable.

Cuando un tsunami se desata, todos bien sabemos ya las consecuencias que acarrea. Cuando es  un maremoto, también. La gente sufre, muchos pierden sus pertenencias, sus posesiones, su hogares…otros pierden su vida. Nada que esté fuera del control de Dios. Pero terrible al fin.
Nuestras vidas muchas veces se asemejan, talvez no tanto a la ola, pero sí a la piedra que la produce, y  al daño que lleva en su cresta. No hay nada romántico en ello. Los seres humanos dentro de nuestra fragilidad, enmarcada en aquello de “vanidad”, “neblina”, “desvanecer”, poseemos muchas veces una furia interior que se puede comparar con los desastres naturales.
A veces no precisamos ser ni violentos ni poderosos para ser destructivos. A veces somos los lobos en piel de cordero que al primer indicio de peligro esgrimimos las garras y damos el zarpazo que lastima.
Otras veces, arremetemos con nuestro intelecto, con nuestra fuerza física, con toda la mordacidad de nuestra mente. Cuando me ha sucedido personalmente, reconozco que no hay posible control sobre la situación. La adrenalina nos desborda, nos consume. Hacemos daño de una forma que ni nosotros mismos somos conscientes. Luego, tal cual las desgracias de la naturaleza, queda caos a nuestro paso.
Cuesta reponerse. Sobreponerse. Admitir. Restaurar. Cambiar. No podemos, ni con nuestros mejores deseos, dominar situaciones así. Hay que aprovechar la humillación. Si, ahí viene ella, potente, abrasadora. La humillación llega a la vida de uno, a veces invitada por un suceso, a veces te la traen. Entendés que hay un tsunami en tu vida y que talvez sin querer, talvez queriendo, has causado daño de tal magnitud que muchas veces no tiene reparación.
Porqué?. Pues, porque las personas que Dios pone en tu vida, en tu paso, en tu océano, son frágiles. Muchas veces son mucho más sensibles que uno, mucho más humildes que uno. Cuando es así, las olas golpean con doble poder…el daño es suculento, alimento para el enemigo de la vida, que seguramente se refriega las manos saboreando victoria, escaramuza ganada, felicidad perdida en la vida del creyente. Ah, si…no te dije?. Esto también le sucede a los creyentes.
Pero entonces llega Cristo, vuelve Cristo. Llega Cristo en Marcos, haciendo tantos milagros…quitando los demonios de tu vida, sanando una enfermedad incurable. Dando vida donde hay muerte, restaurando el gozo luego del dolor. El imposible es nada para él, que conoce las estrellas por su nombre. No lo tomaste de sorpresa y dice “oh, qué haré ahora con éste?”. No, el ya tiene un plan, y de rodillas, o de propia voluntad, cumplirás su propósito.
Desde “amarás a tu prójimo como a vos mismo”, hasta la última letra de la Palabra de Dios, Él nos habla de amor. Un amor imposible de comprender siquiera cómo aplicarlo, si nuestro corazón sigue latiendo al compás de las emociones y los sentimientos. Ah, si, tampoco te dije?. La ira es una emoción. Violenta. El odio, un sentimiento.
Es por eso que la Palabra en Jeremías nos dice que el corazón es engañoso y perverso, retorcido diría yo. Y dice que solamente UNO puede conocerlo, comprenderlo y anticipársele. Dios Todopoderoso. No le restemos poder a Él. Rindámonos delante de su presencia, que está en todos lados, incluso viendo tu mirada mortal cuando estás enojado con tu hijo, tu palabra como espada cuando contestás a una agresión con otra agresión, tu instinto asesino levantándose como la ola del tsunami contra tu ser amado. Qué, hay que recordar aquello de que “la blanda respuesta aplaca la ira?” sí…todo el tiempo. Dice Isaías que el violento será acabado, destruido, derribado, aplacado.
Es feo, muy feo llegar a esa condición. El desastre ha quedado a tu paso y ahora solo mirás las ruinas de tu existencia?. Aún hay esperanza. Buscá ayuda. Gritá a los vientos. Solo no podés. Necesitás a Dios. Solo Él te puede recordar que fue su AMOR el que te puso en esta tierra, para encontrarte con Él, y convertirte a Él, y desear con toda tu fuerza, con todo tu empeño, con todo tu  corazón, ser como Él. Puro amor, sublime amor, amor como no hay otro amor.
Hay cosas que ya no  podrás arreglar en tu vida porque pertenecen a ayer. Pero estás viviendo HOY. Y viene mañana. Hay un coro que me encanta que dice “enséñame a vivir el hoy de tal manera que mañana, no tenga que reprocharme el ayer”.
No hay casi alerta que funcione con suficiente perfección en el mundo, que pueda anticipar ó advertir un tsunami, un maremoto. Generalmente son pocos minutos que solo alcanzan para sembrar pánico y caos antes del caos.
Dios, en su benevolencia, sí nos alerta. Todo el tiempo nos alerta. Desde su Palabra casi que nos grita…”se humilde, pensá que el que tenés enfrente es el prójimo, puede ser hasta un hermano en la fe, puede ser un hijo, una esposa, un vecino, el tipo que te chocó el auto. Pensá que yo a él también lo amo como a vos. Pensá que te nombré mi embajador aquí, cómo me hacés quedar?.
Creo que la mente y el corazón puestos en Cristo son la respuesta. Él es la respuesta. Es el medio, el dispositivo para mantenernos alertas de nosotros mismos.  Hay que desterrar la crueldad de nuestro interior y ser olitas simples, inofensivas. Que las olas que ocasionamos sean una simple alegría al corazón que observa y siente, un remanso de silencio en gozo, del ruido de este mundo tan pero tan opresivo. “Puestos los ojos en Jesús…” pongamos TODO, TODO…nunca nos vamos a arrepentir. Y Él, solo El, como nos relata Marcos, hará un milagro de tal magnitud en nuestra vida que jamás volveremos a ser los mismos. Y para eso, a veces hay que ocasionar un tsunami, ó sufrir uno.

Dios te bendiga.



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