Poco, Mucho



Jesús nos dice en Lucas 7 que, a quien mucho se le ha perdonado, ama mucho. Quien siente que se le ha perdonado poco, poco ama.

También lo ejemplifica el Señor en ocasión de los dos deudores. El problema nuestro es qué medida de perdón creemos que recibimos. Qué gravedad creemos que han tenido ó tienen nuestras faltas y pecados.



Estamos conscientes que la sangre de Cristo nos limpia y renueva de forma permanente, pero que ello no es “carta blanca” para pecar?. Cuándo nos daremos real cuenta que, uno solo de nuestros pecados nos alejaba de Dios y nos llevaba a la condenación?. A veces, lo digo por mí mismo en primer lugar, tomamos muy livianamente el perdón de Dios. Alegremente podemos decirnos a nosotros mismos: “bueno, ser creyente era el complemento que precisaba para mi vida, no era necesario en realidad, porque no he sido tan malo, Dios me iba a perdonar de todas formas. Tenía toda una vida para pedirle perdón, pero aquí estoy ahora. No soy asesino, no robo, he hecho alguna cosilla por aquí ó allá, pero…”.

Frente a la santidad de Dios, el pecado es abominación. Es como una gran mancha roja en una sábana blanquísima, algo que no pertenece a ese lugar, y que por estar allí cambia todo, lo ensucia, lo afea. Si tomamos livianamente el pecado en nuestra vida, estaremos incapacitados de amar a Cristo como solo Él se merece, y por añadidura, amaremos poco – y mal – a aquellos que Cristo en su bondad nos ha dado para amar y cuidar.

En cambio, si como aquél publicano de otra bella ilustración – quien se mantenía en pie en el templo, y con ojos cerrados se golpeaba el pecho diciendo “se propicio a mí, pecador” – pudiéramos ser objetivos con nuestros pecados, si cada vez que caemos “algo” nos duele profundamente en medio del pecho, yo diría que vamos por buen camino.

Puede que una mala costumbre, un vicio, una adicción, nos tenga “atados” al pecado por un tiempo. Pero se con certeza, que el verdadero creyente sufre mucho pecando. Porqué?. Ama a Dios, ama a Cristo. Desea muchas veces de forma encarnizada pelear con su carne, pero otras tantas veces saldrá perdiendo la batalla. Porqué?. Pues porque peleamos con nuestras pobres fuerzas.

El camino es abandonarse al poder sanador de Cristo. Realmente desear de todo corazón y con todas tus fuerzas que el Alfarero moldee tu vida completa, y en todos los sentidos que se te ocurran, hacerte “nueva criatura”. Decir de forma sincera y humilde “ no puedo “.

Debés amar mucho a Cristo. Para eso tenés que conocerlo. No es magia, es poder sentir con todo tu ser que esa persona increíble, maravillosa, incomparable, que ese ser que en definitiva te regaló la vida, y dos veces por si fuera poco, desea todo tu amor.

Y en eso, al ser a “imagen y semejanza de Dios” podemos mucho. Amar mucho, entregar mucho. No nos quedemos en el camino. No guardemos este regalo extraordinario como un tesorito en lo profundo de nuestro corazón para que duerma una siesta interminable allí dentro. Hay que soltarlo, derramarlo, entregarlo sin medida. Primero a Él, luego a los que te dio. A todos los que estén a tu corto alcance.

Amar. Hemos sido creados para eso. Qué increíble no?. No es el trabajo. No es la familia. No son lo bienes. No son los placeres. No son los padecimientos. Nacimos del profundo afecto y amor de Dios, para amar de la forma más semejante que se pueda al amor de Él. Amar mucho. Es una buena frase. No se “ama” simplemente. Ciertamente, se puede amar MUCHO. Entregalo, y todo, todo en definitiva te saldrá de 10…frente a Él. Talvez no frente a los demás, y seguramente NO frente al mundo. Pero SI frente a Él. ;=)

No hay comentarios:

Publicar un comentario